El sexo de la risa
Dura de cabeza y corazón, siempre me has definido así, como una
chica extraña.
Me resulta ridículo escribirte una carta, porque
tienes garabatos míos hasta en tu diario, marcas de mis golpes en el recuerdo,
amor de mis manos deslizándose en tu cara, todos mis susurros detrás de tus
oídos.
Pero, a veces, tengo miedo.
Miedo del que cruzas sin mirar, vives sin
control y pierdes el sentido.
Tengo miedo de no poderte decir suficiente
cuando te miro, de no saber expresarme cuando te toco, de que no entiendas mi
lengua cuando te recorro, de que te asuste más de lo que me asusta a mi admitir.
Te lo soplo aquí, en este código que yo
manejo y tú comprendes, que los kilómetros que nos separan siempre equivaldrán
a las ganas de dejarnos sin aire. Que aquí, mientras la gente vuelve de
trabajar, alguien olvida las puntas de tus dedos, tus ojos verdes...
Y tengo miedo.
Miedo de que algún día te canses de
llevarme en brazos a casa cuando bebo más de la cuenta y besarme las comisuras
y esperar tras el cristal. Miedo a que tus drogas estiren de mis palabras,
miedo a que mis palabras tiren de tú corazón, miedo a que tú corazón se me
olvide en cualquier bar, miedo a que cualquier bar te olvide quien soy yo...
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